CARMÍN DE LIMA
Ecrit par Joan Guimaray, 20 Avr 2008, 0 commentaire
Escribe Joan Guimaray Molina [[Escritor y periodista peruano]]
Hace poco he conocido a una dama. Sí, a una dama la he conocido no hace mucho. Supongo que a la hora de articular el saludo me mostró la mejor de su sonrisa. Imagino que me alumbró el rostro con el refinamiento digno de sus modales. Pero aunque parezca inverosímil, yo no le extendí la mano para estrecharla con la suya, ni ella me ofreció su mejilla para sellarle mi afecto. Creo que cuando la familiaridad late a distancia y la afinidad se percibe a legua, los códigos convencionales y los esquemas consuetudinarios son perfectamente prescindibles.
Pues, he conocido a Carmen de Zaragoza, una dama limeña y pueblolibrina que se ha hecho aragonesa. No por que ella haya querido, ni porque la vanidad le haya obligado ; sino, por circunstancias de la vida, por la arbitrariedad del destino, por las pulsaciones del corazón y las inclinaciones del alma.
No siento su ausencia, ni me extraña su silencio. Tampoco me entristece el vacío que ha dejado en su natal Pueblo Libre, porque yo nunca supe de su existencia. Y, me alegro de que se haya marchado sin que la conociera. Celebro por lo que haya cruzado el Atlántico sin que yo supiera de ella. Porque de haberla conocido, hoy estaría recordando el color de sus gestos, extrañando el aroma de sus ironías y evocando la dimensión de su generosidad.
Pero ahora, pienso que la conozco, creo saber de ella, incluso, siento que es una gentil dama que conoce los recodos del destino por donde los humanos transitamos sin medir la distancia exacta de nuestro destino. Porque desde aquella tibia mañana de primavera en que leí su primera cibermisiva, ella no ha dejado de expresarme su constancia y su encanto. No ha cesado de alegrarme la existencia y entristecerme el ánimo con la mixtura de sus mensajes : unas veces con la voz de una novicia, en otras, con el registro de una soprano, y en ocasiones, con la terneza de una aeda.
Algo me dice que si nos hubiésemos conocido en esta horrible ciudad, estas oscuras calles serían más claras, las pardas veredas permanecerían exentas de sombras, las frías plazas no estarían revestida de negrura, y los agonizantes parques no tendrían aliento de moho, porque nuestros pasos se hubieran sentido por todas partes. Nuestra conversación hubiera sido en voz alta y habríamos hablado de cosas sin fin en virginales tardes sin horizontes.
Las normas del destino y los caprichos de la vida, hicieron que ella me descubriera ya estando lejos, y muy lejos. Entonces, desde la lejanía de su autoostracismo, me escribió a través de ese odioso cajón electrónico. Me explicaba que hurgando en las entrañas de la red me acababa de descubrir. Y, decía que me reconocía como uno de los suyos. Sí, como una de las hojas que pertenecen a la misma rama y como una de las astillas que pertenecen al mismo tronco. Pues yo admití con la serenidad de un civilizado misántropo que nunca frecuentó ni siquiera a su propio linaje. Pero reconocí en ella, la soberana singularidad de mi ascendencia. Entonces, una serena alegría recorrió por los ribazos de mi martillado hemisferio y una seca emoción me cubrió la existencia.
Así que, he conocido a Carmen Sánchez Guimaray. La Eurídice limeña que se fue amartelada de un Orfeo zargozano. La roja Carmín peruana cautivada por un chapetón español. Una lejana dama que ahora me parece más cercana y que firma sus correspondencias con aroma de Carmín. Esa distante mujer que desde legua parece mirarme de frente y hablarme sin titubeos, y por quien brindo con la copa más dulce de la cotidianidad : es mi prima.
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