La modernidad Chilena, una modernidad sui generis
Ecrit par Gabriel Salinas, 5 Avr 2007, 0 commentaire
Gabriel Salinas Alvarez (Doctor en Ciencias sociales, Santiago, Chile)
Las reflexiones que siguen, carecen, en sentido estricto, de toda originalidad, y declararlo no esni cláusula de estilo ni precaución oratoria, destinadas a maquillar una falsa modestia. En efecto, la gran mayoría, sino la totalidad, de las ideas aquí expresadas, han sido ya desarrolladas por numerosos autores, respecto de quienes mi deuda es evidente e inmensa. Entre ellos, sólo menciono aquí a jean Chesneaux cuyos luminosos análisis de la Modernidad desarrollados en De la Modernité (1981) y Modernité-Monde (1983), constituyen buena parte del fundamento de este texto. El cuarto de siglo transcurrido desde la publicación de ambos libros, no hace sino confirmar las hipótesis de Chesneaux, dando a sus proposiciones una singular pertinencia y una indiscutible actualidad. Si alguna novedad hay en este ensahyo, ella radica, no en las ideas y conceptos expuestos en él, sino en el intento de urdir con ellos una trama explicativa radicalmente opuesta al discurso oficial. La novedad que pueden reivindicar estas líneas, es aquella de la que habla Fernandopessoa : « …aquella que ha retomado todos los hilos de la tradición, y los ha tejido formando un motivo que la tradición no podía tejer. » [1]
I. UNA SOCIEDAD MODERNA
Nuestra sociedad se moderniza a ojos vista y, a pesar de la prevalencia de muchos arcaísmos, Chile luce cada día más moderno, haciéndose fuerte la tentación de pensar que la Modernidad es un horizonte hacia el que vamos navegando, nolens volens, en una trayectoria a la cual es inútil oponerse pues pareciese haber algo de inexorable en este movimiento.
« La modernidad ha dejado de ser una elección » afirma José Joaquín Brunner, « es un hecho de la época, contradictoriamente asumido por las sociedades y grupos dirigentes. Viene de la mano con la globalización de los mercados y de la democracia, con la expansión de la educación y de las industrias culturales, con una ampliación de las expectativas de consumo y la mutación de valores ; con los cambios en la estructura demográfica y familiar, con los procesos de urbanización y de masificación de la vida en general » [2].
El mismo Brunner agrega, en otro lugar : « Al contrario de lo que se dijo sobre el siglo XIX latinoamericano, ahora, nuestras actitudes vitales están cambiando, mas no nuestras ideas y nuestras leyes, y la inteligencia parece atemorizada frente al futuro, al mismo momento en que las masas se incorporan conflictiva e inexorablemente a la sociedad moderna » [3].
1.1 El término « Modernidad » representa una idea ambigua de contornos difusos. Podría decirse que la noción de Modernidad alude grosso modo a un tipo de civilización que, por sus peculiaridades, contrasta con las culturas tradicionales. Mientras éstas son localizadas geográficamente y de una irreductible diversidad, la Modernidad se impone, homogénea y compacta, en un movimiento centrífugo desde el Occidente europeo hacia el resto del planeta.
1.2 Es en el período comprendido entre las Revoluciones de finales del siglo XVIII y la Primera Guerra Mundial, que la Modernidad alcanza su maduración. Jurgen Habermas señala que fue en la obra de los poetas y filósofos alemanes de los siglos XVIII y XIX, que la Modernidad adquirió « conciencia del tiempo » satisfaciendo su necesidad de autocercioramiento. Testimonio de ello es la presencia recurrente en el discurso filosófico de la época de conceptos tales como : « revolución, progreso, emancipación, desarrollo, crisis, espíritu de la época, etc. » [4].
1.3 La Ilustración se hará cargo de los problemas que la modernización venía planteando, desde el Renacimiento, a la sociedad occidental. Bajo el influjo de Las Luces, esos procesos adquirirán un carácter innovador y una dimensión universal.
« El proyecto de modernidad formulado por los filósofos del iluminismo en el siglo XVIII — escribe J. Habermas — se basaba en el desarrollo de una ciencia objetiva, una moral universal, una ley y un arte autónomos y regulados por lógicas propias. Al mismo tiempo. este proyecto intentaba liberar el potencial cognitivo de cada una de estas esferas de toda forma esotérica. Deseaban emplear esta acumulación de cultura especializada en el enriquecimiento de la vida diaria, es decir, en la organización racional de la cotidianeidad social » [5].
II. UNA MODERNIDAD “EN LA MEDIDA DE LO POSIBLE”
« … podría decirse que nacimos en la época moderna, sin que nos dejaran ser modernos » [6].
En efecto, en el proceso de modernización de las ex-colonias españolas tendrán un peso preponderante los requerimientos y las necesidades del capitalismo industrial en plena expansión, en detrimento del ideario emancipador de la Ilustración.
El capitalismo industrial se impondrá como modo de producción, hegemónico, abriendo un período de historia contemporánea fuertemente marcado por la espasmódica sucesión de turbulencias, crisis y desastres mayores.
Múltiples y mortíferas campañas coloniales, guerras mundiales. Desastres potenciados por los horrores de dos infiernos totalitarios, y por la barbarie tecnocientífica que hará pender sobre la humanidad entera la probabilidad (cada vez más alta) de exterminio de la vida en el planeta. Esos son algunos de los factores que transmutaron el metarrelato moderno, — que hablaba de una búsqueda progresiva de autonomía ciudadana ; de dominación de la Naturaleza y de conciliación de comunidad y sociedad‑, en una inenarrable y tenebrosa saga del terrorismo de Estado y del horror totalitario.
2.1 Es en ese contexto histórico, marcado por el ascenso del capitalismo industrial, que nuestro país ingresa a la Modernidad. La suya será una Modernidad sui géneris, que tendrá muy poco en común con aquella cultura ambigua, crítica y feraz, que fascinara a Baudelaire.
La Modernidad criolla manifiesta, desde sus comienzos y de manera relevante, lo que es hoy el rasgo dominante de la Modernidad planetaria : ser un factor de orden y estabilización en lugar de ser un aguijón crítico e innovador.
La cultura de esta Modernidad chilensis se ha distanciado de la Modernidad del siglo XIX y del primer tercio del XX, también por el desplazamiento de sus centros de interés. Así, la atención se desliza de lo efímero hacia lo inerte ; de la fulguración espontánea hacia la norma ; de la atracción seductora hacia la compulsión ; del inconformismo radical al conformismo ramplón.
III. SINCRETISMO Y PARADOJAS EN NUESTRA MODERNIDAD
Durante las tres últimas décadas, nuestra Modernidad ha experimentado una aceleración de su desarrollo, acentuando sus contradicciones y paradojas. De un modo muy esquemático, la sociedad chilena de hoy puede ser representada por un binomio, cuyos términos son : « el Paraíso del consumidor, y el Páramo del ciudadano » [7].
Se trata, no de dos términos antitéticos destinados a fundirse (algún día) en una síntesis superior, sino, de dos partes interdependientes de la realidad nacional cuya interacción va « deshilando » pacientemente el tejido social.
El profesor Marcos García de la Huerta ilustra de manera convincente el carácter sincrético de nuestra Modernidad, al escribir : « Se ha producido […] la confluencia de dos tendencias poderosas, pero en inevitable contraposición. Por una parte, un culto idolátrico del desarrollo, la transferencia tecnológica, la productividad y la competitividad, unido a una disposición ultraconservadora en el campo de las preferencias estéticas, las ideas morales y religiosas. Esta esquizofrenia traduce la tensión entre las seducciones de la nueva sociedad de consumo y un conservantismo a ultranza en el orden cultural » [8].
La ambivalencia que deriva de este maridaje de contrarios, se manifiesta en todos los órdenes de la vida nacional. El profesor García de la Huerta lo confirma escribiendo : « La misma mezcla de fundamentalismo y liberalismo se observa en la transferencia tecnológica y las comunicaciones. Llegan raudamente los sistemas electrónicos y de comunicación de última generación, pero se mantiene un control inquisitorial sobre lo que se comunica » [9].
3.1 Nuestra Modernidad reproduce, con las particularidades locales, las causas de malestar que la modernización capitalista ha suscitado en otras latitudes [10]
El individualismo es, sin duda, uno de los logros más decisivos de la Modernidad. Asumir las modernas libertades, implicó para el individuo la ruptura de viejas lealtades y solidaridades que lo vinculaban orgánicamente a un orden tradicional. El grado creciente de autonomía que el sujeto conquista en la Modernidad, tiene una contrapartida a no desdeñar : « La libertad moderna sobrevino gracias al descrédito de dichos órdenes (tradicionales). Pero al mismo tiempo que nos limitaban, esos órdenes daban sentido al mundo y a las actividades de la vida social » [11].
En este « desencantado mundo » de la Modernidad, son muchos los individuos a quienes les resulta muy difícil, sino imposible, asignar fines relevantes a sus existencias ; ello fortalece la apatía, la indiferencia y el repliegue de cada quien en su nicho, con el inevitable detrimento de las relaciones interpersonales y de la vida social en su conjunto.
3.2 A ello se añade otro fenómeno fundamental de la vida moderna : la primacía absoluta de la Razón Instrumental [12]
En efecto, ella ha extendido su control sobre todas las cosas y, « […] además, amenaza con apoderarse de nuestras vidas. El temor se cifra en que aquellas cosas que deberían determinarse por medio de otros criterios, se decidan en términos de eficiencia o de análisis coste beneficio ; que los fines independientes que deberían ir guiando nuestras vidas, se vean eclipsados por la exigencia de obtener el máximo rendimiento » [13].
3.3 El imperio de la Razón Instrumental, se aviene mal con el desarrollo de la libertad de los individuos y de los grupos
En efecto, las decisiones relativas a los más diversos dominios de la vida de todos los días, son adoptadas con total prescindencia de la opinión, de las necesidades, de los deseos de las personas [14]. Los efectos de ello en el dominio político son extremadamente alarmantes. Un sentimiento de impotencia se adueña de individuos y colectividades, ante el inexorable peso de las macrotendencias de la Modernidad, de modo que los sujetos prefieren recluirse en la esfera privada, dejando el espacio público en manos de “operadores” expertos en toda suerte de reingenierías.
3.4 Lo que de nuestra Modernidad suscita un verdadero asombro, es la total discordancia existente entre lo que ocurre en la prosaica realidad y el discurso de las autoridades
A cada uno de los grandes propósitos invocados por la retórica neoliberal, corresponde, en la vida corriente y moliente de los ciudadanos, un efecto no deseado que termina por imponerse, pervirtiendo las iniciativas que arrojan resultados diametralmente opuestos a los manifestados por la autoridad. Ello favorece la deslegitimación de quienes toman las decisiones, suscita la apatía creciente de la población que participa cada vez menos en un espacio público fragmentado y valdío ; todo ello potenciado por un individualismo que no es más que anómica atomización.
IV. LOS EFECTOS PERVERSOS DE LA MODERNIDAD
Uno de los rasgos más notables de la Modernidad neoliberal en su fase tardía, es su hiperideologización. La tantas veces proclamada « muerte de las ideologías », no es otra cosa que una vasta gesticulación oratoria de los mercadófilos, destinada a ocultar el predominio absoluto de la más primaria y virulenta ideología capitalista. Es una intemperante apología del libre mercado, lo que subyace al acriticismo y a la arrogante autosatisfacción de los que hacen gala la intelligentsia neoliberal y sus comunicadores. Puede considerarse como un signo de senilidad de este modelo de desarrollo, el que la idea central de su ideología haga suyo un antiguo prejuicio ontológico, según el cual : « La sociedad posee, en sí misma, un orden, un funcionamiento racional que es aventurado e insensato intentar modificar » [15].
Por ello, « criticar el tipo de racionalidad del Mercado, es lo que se hace aparecer como irracional, porque es disfuncional a su mecanismo » [16].
Todo ésto no es imaginable sino en una sociedad en la cual han desaparecido las ideologías críticas, alternativas, bajo el peso megalítico de la hiperideología neoliberal.
Sin embargo, la todopoderosa ideología del laissez faire pierde pie y capacidad de persuasión cuando las evoluciones no previstas, los resultados no deseados y los efectos perversos del libre juego de las leyes del Mercado, dejan de ser fenómenos marginales, aumentando tendencialmente su frecuencia, y pasan de la periferia al centro de la escena nacional.
Es casi una perogrullada, decir que los « efectos perversos » a los que me referiré en las líneas que siguen, son perceptibles, en toda su magnitud, si, y solamente si, nuestra mirada transgrede los mezquinos linderos de la mercadolatría y consideramos que la vida social, (más aún la vida strictus et latus sensus), no es reductible al orden económico ni a la manipulación de las cosas.
Examinemos pues, algunos de los numerosos efectos perversos que caracterizan esta sui géneris Modernidad nuestra.
4.1 La Normalización
El modo de inserción de la sociedad chilena en el proceso de globalización de la economía mundial, impone al país un exigente requerimiento de normalización de los productos, de los procesos de producción y de los hábitos de todos los actores del mercado.
Esto se traduce en la puesta en vigor de normas cuyo margen de maniobra no cesa de ampliarse.
Cada producto, cada situación, cada comportamiento, está determinado por Normas y por Perfiles. Es decir, están definidos respecto de valores cuantificables, controlables.
La conformidad con las normas está por encima y determina las funciones reales. Todo es así serializado, los hombres como las cosas. Un modelo único es reproducido hasta el infinito, reduciendo al máximo las desviaciones respecto del Tipo-Ideal.
Lo singular, lo diferente, crea problemas, origina molestia, cuando no suscita la sospecha.
4.2 Los Flujos y Circuitos
Forman parte de nuestro vocabulario corriente, desde hace un cierto tiempo, términos como : itinerario profesional, flujos productivos, circuitos comerciales, interconección y reticulación de las relaciones sociales, etc. Esto no enriquece ni el lenguaje ni nuestra visión del mundo, pues en lugar de ampliar el campo semántico con analogías pertinentes, restringe la comunicación a una cada vez más pobre tecnonimia derivada de las técnicas « de punta ».
Las iniciativas personales y los comportamientos colectivos son sometidos a itinerarios inexorables que generalmente no guardan ninguna relación con los intereses de las personas particulares.
Este fenómeno de organización compulsiva de la actividad humana en circuitos y flujos se manifiesta, incluso, en la organización de las vacaciones, del descanso y del entretenimiento.
Ello se verifica en todas las operaciones sociales y técnicas implicadas en la compra de un bien durable, en la solicitud de un crédito hipotecario o en la postulación a un Fondo para la investigación científica.
El espacio urbano es destruido y desarticulado, sucumbiendo bajo la hegemonía de la circulación motorizada y del tránsito organizado en circuitos.
Santiago ha perdido y sigue perdiendo, ante la total indiferencia de la mayoría, no sólo el carácter de sus barrios de mayor valor urbanístico, sociológico e histórico, sino que pierde aceleradamente lo esencial de toda ciudad, constituir un marco adecuado al desarrollo cultural y moral de sus habitantes. Hoy ya es peligroso habitar en muchos sectores de la capital y quienes pueden emigrar, no dudan en hacerlo.
La calle es hoy una zona de alto riesgo, en la cual ya no es posible anudar ni tejer relaciones sociales con que alimentar la vida comunitaria.
Los nuevos complejos urbanos construidos en nuestro país, han sido diseñados, dando la prioridad absoluta a la circulación de los automóviles, por encima de toda otra actividad social, de suerte que todo lo demás está supeditado a las necesidades del vehículo motorizado.
« La velocidad, en la medida en que ella representa la potencia y el poder, se ha convertido en un fundamento de la vida social bajo la Modernidad. Ante nuestros ojos se erije y consolida la “dromocracia”, bajo cuya férula la promoción social se mide en los kilómetros recorridos en auto o en avión. […] En resumen, las relaciones de circulación aplastan y deterioran profundamente la realidad esencial de cada lugar, de cada persona, de cada objeto. Gentes, productos e ideas, tienen que circular bajo la Modernidad dromocrática, y mientras más rápida sea esta circulación más se valoriza la persona, el sistema o el objeto en movimiento » [17].
4.3 La Codificación
La codificación que impone la Modernidad declinante, no tiene mucho que ver con los sistemas de reglas sociales que se ha dado la comunidad humana con el fin de racionalizar el uso de los recursos disponibles y optimizar el desarrollo de los individuos y de la colectividad.
La codificación considerada aquí, se reduce al ordenamiento de signos, a la producción de simulacros que, poco a poco, han ido substituyendo a la realidad concreta. La codificación, así entendida, va aislando uno de los elementos del todo, privilegiando una función de la abigarrada realidad social, degradándola, reduciéndola, empobreciéndola al extremo de desdibujar su naturaleza.
En los más diversos dominios de la vida pública o privada, los códigos transmiten órdenes, exhortaciones e inducen la aparición de conductas estereotipadas.
Los códigos filtran y aseptisan los intercambios sociales y, al mismo tiempo, abren o cierran el acceso de los individuos a servicios, a instalaciones, colocándose como intermediarios obligados e ineludibles que separan la actividad individual y el quehacer social de la comunidad.
La aparición y presencia invasora de los códigos numéricos, nos impone severas restricciones cuando omitimos su uso en una gestión bancaria, en cualquier trámite administrativo, universitario, hasta puede determinar la posibilidad de entrar o salir del estacionamiento o ingresar al trabajo en la oficina si se ha olvidado el ”número” o la tarjeta magnética.
La codificación del espacio perturba seriamente la capacidad de orientación de muchas personas y, por lo tanto, la calidad de sus relaciones con la realidad ambiente. La desaparición de los nombres del recorrido de los microbuses en Santiago y su reemplazo por números de varios dígitos, cuya lógica constituye una especie de “secreto de Estado”, ha significado una pérdida severa de referencias espaciales a muchos habitantes de la capital.
Estos cambios no ocasionan solamente desorientación y confusión, sino que debilitan el conocimiento de la realidad al hacer desaparecer nombres que sintetizan o remiten a complejos socioculturales mayores. Es lo que ha ocurrido con el reemplazo de los nombres de las antiguas provincias del país, por adjetivos ordinales que acompañan al substantivo Región. Todo cuanto era evocado en el solo enunciado de nombres tales como : Tarapacá, Chiloé, Colchagua etc., queda ahora en la sombra y pasará al olvido por ausencia en la interlocución cotidiana.
La denominación « IV Región » es neutra y quizá ello tenga alguna importancia técnico-administrativa, es posible. Pero lo que no admite dudas es que, esa “neutralidad” aleja y disocia radicalmente la designación actual, de la realidad socio histórica que ella supone representar. Erosión de la cultura por entropía de la información ; la complejidad de lo real se esfuma detrás del simulacro del signo. He ahí otro efecto perverso de la Modernidad.
4.4 Las Protesis
Se trata de elementos auxiliares que, en el contexto sociocultural de nuestros días, llegan a ser absolutamente indispensables, a tal extremo que en su ausencia, los individuos pierden toda posibilidad de encontrar soluciones alternativas de manera autónoma.
Los lectores de cassettes o de CD del tipo « personal », son una de las prótesis más invasoras y se difunden en todos los medios. Ellos crean una dependencia enorme de los individuos que los portan, rompiendo la comunicación con el entorno de un modo cercano al autismo.
La televisión, reina de las prótesis hogareñas, ejerce su tiranía desde lo más íntimo de la vida material y espiritual de los modernos televidentes.
Estas prótesis implican el alejamiento y la exclusión del otro en toda una vasta gama de relaciones y operaciones sociales y técnicas habituales. Los distribuidores de dinero, las custodias automáticas, los porteros eléctricos, los surtidores de bencina, los dispositivos de auto-servicio en restaurantes y supermercados, los respondedores automáticos, son otras tantas prótesis cuya presencia se ha tornado insustituible para la vida moderna. Presencia invasiva que excluye y degrada la calidad de las interacciones humanas despojándolas de todo valor moral.
A lo dicho se agrega la rigidez como otro rasgo propio de las prótesis de la modernidad declinante : rigidez que encontramos cada día en los enchufes eléctricos que no pueden ser reparados pues son compactos, sellados, inmodificables. Esta rigidez se impone por encima de la voluntad de los usuarios, forzándolos al consumo de nuevos productos, irreparables, inadaptables, deshechables, en fin, no reciclables.
Este tipo de prótesis incide en el modo de expresión y de manifestarse de la subjetividad de los individuos. El carácter neutral de una pantalla de cristal líquido o de un juego electrónico, no suscita ninguna experiencia afectiva en su propietario o utilizador. El trabajo del diseñador busca el modo más eficaz de optimizar la función del objeto, dentro de los rígidos cánones de la normalización y de la rentabilización del producto. Los consumidores tendrán que aceptar el diseño, y si ello no es de manera espontánea, la publicidad se encargará del resto.
4.5 Lo Efímero e Instantáneo
La Modernidad claudicante es también la reducción, llevada al paroxismo, de toda temporalidad a lo inmediato ; es una carrera loca hacia lo obsoleto, hacia la caducidad de todos los objetos.
Los artículos de consumo cultural son artefactos destinados a ser arrojados a la basura en cuanto han sido utilizados.
Las masas enormes de papel de los periódicos y de la publicidad, que invaden y se amontonan en casas y oficinas, no alcanzan a entregar la información que contienen antes de ir al vertedero.
Todos los productos de esta modernidad tienen una vida útil cada vez más corta. Las nuevas construcciones, los automóviles, los electrodomésticos envejecen mal y precozmente. Los nuevos materiales se degradan prematuramente y es muy difícil hoy, encontrar un producto, una materia o un objeto de uso corriente que pueda acompañar a su dueño durante una larga parte de su vida [18].
Las relaciones sociales languidecen de inanición antes de haber madurado, a causa de la soledad de los habitantes del Páramo ciudadano.
El interés neurótico por la instantaneidad, hace que los individuos subestimen el pasado, lo que refuerza la presencia del olvido como una necesidad de la existencia ic et nunc. Ello induce, a su vez, el desinterés por el futuro, lo que da lugar a una contracción de la temporalidad de la existencia, a una dimensión cronológica cuya extensión no supera el límite del instante y su disolución.
En tal exigüidad temporal, no existe ni el espacio ni el tiempo (valga la redundancia) para ocuparse de la historia, la moral, de los demás y, menos aún, de proyectos de vida.
4.6 El Desarraigo y la Descontextualización
En todos los lugares donde ha impuesto su lógica la Modernidad tardía, es posible constatar que mientras más “moderna” es una actividad, mayor es su disociación de lo que fuera su entorno social.
Se puede postular que la Modernidad determina el desarraigo de las actividades económicas, culturales y finalmente, de los individuos.
El desarraigo se ha extendido a todas las actividades productivas, poniendo en marcha un proceso de descontextualización de los productos, de deslocalización de los procesos de producción y de los individuos trabajadores y patrones.
« En efecto, la producción agropecuaria ya no está adscrita al terreno del cual dependía natural y orgánicamente. Los pollos, terneros y cerdos de incuvadora, las frutas y verduras de invernadero, los cultivos hidropónicos, la industria salmonera, etc., son ejemplos que hablan por sí solos de la desvinculación de estas actividades con lo que fuera su entorno » [19].
La producción industrial carece de vínculos decisivos con el contexto local e incluso nacional. El volumen de la producción aumenta, disminuye, cambia o desaparece en función de necesidades y requerimientos de mercados exteriores cuya estabilidad y localización varían también en virtud de flujos de la economía mundial.
En nuestro país comienza a abundar la presencia de « enclaves » del desarraigo muy difundidos en la mayoría de los países llamados « subdesarrollados ».
Zonas Francas, grandes proyectos hidroeléctricos, reductos turísticos desvinculados de su alfoz natural, condominios habitacionales aislados del resto por dispositivos de seguridad sofisticados. En la misma medida en que se generalizan dichos enclaves, se extiende también la monotonía resultante de la aplicación de un mismo modelo o de módulos estandarizados. El entorno de estos enclaves de modernidad pierde progresivamente su substancia al ser drenados los excedentes económicos y los recursos humanos hacia ellos. La región afectada por la modernización se vanaliza, empobrece y disgrega sus energías vaciando su población en la periferia de centros urbanos cada vez más pletóricos y cada vez menos aptos para la vida humana.
El desarraigo, la descontextualización se manifiestan en nuestra capital de un modo patético con los proyectos de un estólido edil santiaguino,que intentó crear playas artificiales, o pistas de nieve, según la estación, a orillas del Mapocho.
4.7 El Gigantismo Tecnológico y la Violencia
El gigantismo tecnológico se impone a trabajadores, a consumidores y a toda la ciudadanía, secretando su efecto inevitable : la vulnerabilidad, la fragilidad y la violencia.
El gigantismo conmociona los equilibrios naturales y aplasta las relaciones sociales.
Las mega-aglomeraciones urbanas, los enormes petroleros, las maquinarias, industriales o agrícolas, superlativas, los imperios económicos planetarios, los hipermercados, las explotaciones agrarias dilatadas sobre kilómetros y kilómetros cuadrados, las represas gigantes, los macrocomplejos industriales, etc., todo ello es el producto genuino de una lógica económica que empuja hacia las economías de escala. Esto impone con severidad draconiana, la obligación de obtener las mayores bajas en los costos de producción, en pro de un crecimiento cuantitativo.
Es también manifestación de gigantismo el formidable desequilibrio de fuerzas, la desproporción de los recursos en liza, que se manifiesta cuando un individuo particular o una pequeña comunidad, debe defender sus intereses amenazados por el Estado o por una empresa transnacional. El caso Ralco, es un ejemplo típico de ello. Su reciente desenlace confirma, hasta la saciedad, la vinculación íntima e indesmentible, existente entre gigantismo y violencia, con la consiguiente vulneración de los más elementales principios de justicia.
El gigantismo va de la mano de la vulnerabilidad y la fragilidad. Se trata, esta vez, de los riesgos suscitados y amplificados por el crecimiento incoherente e incontrolado de las macroestructuras.
Nuestra capital es un ejemplo irrefutable de ello. En efecto, el crecimiento urbano de Santiago tiene los rasgos de una mortífera metástasis. La magnitud de los problemas es tan grande y la capacidad de las autoridades para adoptar medidas adecuadas es tan menguada que una pequeña lluvia cuya duración supere una hora y cuya intensidad permanezca dentro de los rangos normales para la estación, crea situaciones de aguda emergencia.
No es necesario ningún esfuerzo intelectual para imaginar el futuro, a corto plazo, de Santiago, si cambian de destinación las noventa mil hectáreas de suelo agrícola que subsisten en la Región Metropolitana. Si ello ocurre, nuestra capital triplicará su superficie construida, sin que hayan sido resueltos los problemas que hoy asfixian la vida urbana y a sus habitantes. (Desde que estas líneas fueron escritas, dicho cambio ha tenido lugar ad majorem mercado-inmoviliario gloriam). De todo ello deriva una creciente fragilidad social, agravada por la delincuencia y mil formas de vandalismo, de negligencia muy extendida y cínica indiferencia, en los sectores más concernidos y más necesitados de capacidad de reacción comunitaria.
La impotencia de las autoridades y la angustia de los ciudadanos, convergen en la adopción de medidas que ponen al descubierto otro aspecto característico del gigantismo : el reforzamiento de la vigilancia policial y de las políticas represivas, so pretexto de dar mayor seguridad a la población.
La población ha ido introduciendo en la vida cotidiana, elementos y conductas que se acercan insidiosamente a una especie de Estado de Sitio larvado, en el que la sospecha y el temor fortalecen el repliegue individualista de cada quien en su nicho, comprometiendo gravemente la posibilidad de desarrollo de conductas de ayuda y protección solidaria entre los miembros de la comunidad.
4.8 La Contraproductividad Regresiva de la Modernidad
No debería ser una novedad para nadie el constatar fenómenos como los siguientes :
1. La fragilización de los organismos suscitada por la sobre medicalización. 2. Asfixia del espacio urbano debida a los progresos de la circulación de vehículos cuyas capacidades han sido elevadas gracias a prodigios técnicos. 3. Programación de la televisión que ahora cubre las 24 horas del día gracias a los recursos publicitarios, pero que debe disminuir el tiempo consagrado a informar o entretener para, precisamente, dar lugar a la publicidad. 4. Congestión que colapsa, frecuentemente, la distribución del correo, por la inflación de propagandas y papeles de publicidad que es necesario destruir antes de leer para restablecer el flujo de nuevos papeles publicitarios y propaganda. 5. Intentos de informar, de las empresas telefónicas, de seguros, AFP, ISAPRES, que sólo consiguen confundir al usuario con la sobreabundancia de informaciones redundantes e incoherentes, expresadas en facturas, prospectos y minutas de una complicación demoníaca. 6. Lejos de nuestra vida cotidiana e ilustrando la ubicuidad de estos fenómenos, se puede observar la paradojal situación de la represa de Asuán, un prodigio mayor de la moderna ingeniería, condenada a funcionar muy por debajo de sus capacidades, a causa de los « efectos no deseados » de su impacto ambiental. Rasgo, este último, característico de absolutamente todos los macroproyectos hidroeléctricos realizados en el mundo ; carácter esencial de dichas obras, conocido urbe et orbi, que sin embargo escapa al entendimiento de los promotores de la modernidad chilensis. Para el ciudadano corriente y moliente, la contraproductividad regresiva se presenta incidiosa y tenaz, haciendo cada día menos razonable los diversos procesos en que se ve involucrado para satisfacer sus necesidades.
No cabe duda de que la producción en gran escala y los progresos técnicos que han favorecido la baja de los costos de producción, constituyen éxitos irrefutables desde el punto de vista de la competitividad, de la productividad y de la rentabilidad. Empero, no es menos cierto que es el consumidor quien es la primera y principal víctima del despilfarro y de la irracionalidad que acompañan a esos éxitos económicos. Es el consumidor quien padece los efectos perversos resultantes de la decreciente calidad de los productos, de la complejidad de su mantención y de las imposiciones compulsivas del sistema. Los utilizadores de lavadoras dotadas de programación sofisticada, cadenas integradas de alta fidelidad y video, conocen bien los disgustos ocasionados por las fallas del sistema.
Ahora bien, si hubiese que sintetizar en una proposición el sentido profundo de la regresión que suscita la Modernidad en el espacio social, podemos decir que : la Modernidad, en su fase terminal, crea y difunde el vacío social y espacial, y aisla a los individuos — físicamente y temporalmente — fuera del tejido social y del tiempo histórico.
El mayor efecto perverso de la Modernidad, el ejemplo más genuino de contraproductividad regresiva es, precisamente, la total impotencia de la modernidad, llegada a su edad senil, para hacer frente al vacío que ella crea por doquier. El vacío biológico de los espacios rurales desertificados, vacío de la convivencia cuya imagen es el adolecente armado con su walkman, vacío humano de los servicios gestionados por la informática, vacío afectivo y relacional de las cenas y veladas que transcurren bajo la tiranía de la televisión.
Vacío que genera como resultado las condiciones de su propia reproducción en un espiral agobiador y deprimente, ante el cual los seres humanos parecen ser una pasiva e indiferente masa de soledades y fatigas.
V. A MODO DE CONCLUSIÓN : ¿ALTERNATIVAS ?
« …el proyecto de la Modernidad todavía no se ha realizado — afirma Habermas, y sostiene que -, […] el proyecto intenta volver a vincular diferenciadamente, a la cultura moderna en una práctica cotidiana que todavía depende de sus herencias vitales, pero que se empobrece si se la limita al tradicionalismo. Este nuevo vínculo puede establecerse, sólo si la modernización societal se desarrolla en una dirección diferente. (la sociedad) deberá ser capaz de desarrollar instituciones que pongan límites a la dinámica interna y a los imperativos de un sistema económico casi autónomo y a sus instrumentos administrativos ». He ahí la alternativa sugerida por J. Habermas.
Avanzar en la perspectiva Habermasiana, y « completar » el proyecto de la Modernidad, implica la superación del modelo de desarrollo fundado en esta verdadera barbarie economicista , cuya manifestación ideológica es la mercadolatría, y cuya expresión política es latiranía de los econócratas.
Al dogmatismo economicista sólo se le puede oponer con éxito, no un nuevo credo o una doctrina, sino el más irrestricto pluralismo. Un pluralismo real, vivo, dinamizado por la libre confrontación de concepciones diversas postuladas por sujetos que se consideren interlocutores válidos.
Se trata, en fin de cuentas, de una práctica intersubjetiva enraizada en un conjunto de valores compartidos, unos « mínimos morales » sin los cuales no es posible una vida social respetuosa de la dignidad de cada individuo.
El pluralismo coadyuva a la emergencia de visiones complejas de la realidad, de suerte que los distintos órdenes en los que tiene lugar la praxis humana sean adecuadamente considerados. Esto significa que el simplismo economicista, que reduce la vida social al funcionamiento del mercado, deba ser reemplazado por una comprensión compleja de la realidad antroposocial, en la que se considere con igual legitimidad, los hechos y procesos propios del orden económico, técnico-científico, político-jurídico, moral, ético, etc.
Para que nuestra sociedad pueda protegerse de los efectos perversos de esta Modernidad senil, es necesario que cese la capilaridad que vincula el « Paraíso del consumo » y su pletórica pacotilla, con el « Páramo del ciudadano ».
En la medida en que disminuya la compulsión « economicista » en la vida cotidiana de cada uno de nosotros, es dable imaginar una sociedad en la que la modernización se traduzca en desarrollo y liberación de cuerpos y espíritus. Una sociedad en la que Modernidad vuelva a significar novedad, no aquella efímera llamarada que no deja rastros, sino « la verdadera novedad que perdura… aquella que ha retomado todos los hilos de la tradición, y los ha tejido formando un motivo que la tradición no podía tejer » [20].
BIBLIOGRAFÍA
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[1] Fernando Pessoa, Erostratus. Citado por Edgard Morin,in Las ideas, El Método, tomo IV, p.91
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[4] Habermas, Discurso Filosófico de la Modernidad, p. 11, Taurus, Barcelona. 1993.
[5] J. Habermas, La Modernidad, un proyecto incompleto.
[6] Jorge Larraín, Trayectoria Latinoamericana a la Modernidad. Estudios Públicos N°66, otoño 1997, CEP.
[7] En su ensayo Chile Actual, Anatomía de un Mito, LOM Ediciones, Santiago 1998, Tomás Moulian acuñó esta afortunada expresión para caracterizar a nuestro país en esta etapa de su historia
[8] Marcos García de la Huerta, Reflexiones Americanas, Ensayos de intrahistoria. Lom Ediciones, 1999, p.222.
[9] M. García de la Huerta, op cit. p. 223
[10] Charles Taylor, Etica de la autenticidad, p. 38, Fondo de Cultura Económica. México,1994
[11] Ibidem
[12] Ibidem
[13] Charles Taylor, op cit, p. 41.
[14] Charles Taylor, op cit p. 44
[15] Marcos García de la Huerta, op. cit. p. 222.
[16] Marcos García de la Huerta, ibidem. Coincidentes con las del profesor García de la Huerta, en este punto, son las opiniones de A. Hirshmann, cuando expone las tres principales razones con que el conservantismo defiende el statu quo : 1º-los riesgos que supone el cambio ; 2º- la futilidad del cambio, y 3º- los efectos contraproducentes del cambio. Cf. ”Las retóricas de la intransigencia”.
[17] Jean Chesneaux. De La Modernité, La Découverte/Maspero, Paris. 1983, p. 16.
[18] La inquietante trascendencia de lo “efímero” se deja apreciar tanto más, a la luz de lo expresado por H.Arendt, cap. IV, apartado 18, acerca del “carácter duradero del mundo” ; cf. Hannah Arendt, “La Condición Humana”, Paidós, Barcelona, 1993.
[19] J. Chesneaux, op. cit p. 17
[20] Fernando Pessoa, Erostratus. Citado por Edgard Morin, in Las ideas, El Método, tomo IV, p.91
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