NOTAS SOBRE LA CRISIS CHILENA
Ecrit par Administrateur, 12 Nov 2019, 0 commentaire
Par Gabriel Salinas, Doctor en Ciencias Sociales
11 de Noviembre de 2019
Ha transcurrido casi un mes desde el estallido social del 18 de octubre y la crisis que desde entonces estremece a Chile, en lugar de atenuarse con el paso de los días, no cesa de agravarse.
Cada una de las medidas adoptadas por el gobierno se ha revelado ineficaz, tardía, y lo que no es menor, contraproducente.
La torpeza de Piñera y de su gobierno, ha ampliado el ámbito de las protestas, arrojando combustible a un incendio cuya extinción se torna cada día más problemática.
Sacudidos por la amplitud de la crisis que atraviesa nuestro país, nos resulta muy difícil calibrar su envergadura y sus eventuales salidas, pues no podemos ignorar que, una situación tan compleja como la que estamos viviendo puede derivar hacia variados derroteros, sin que se pueda descartar el menos deseable de todos: una recaída en la barbarie cívico-militar.
Nuestros sentidos y nuestro entendimiento se hallan aún obnubilados por la inmensidad del trastorno social que estamos viviendo, y cuyas consecuencias desbordan largamente nuestro campo visual, prolongándose hacia un futuro imprevisible.
Son numerosos los acontecimientos que alimentan la perplejidad y la desorientación de no pocos conciudadanos, podemos considerar, entre muchos otros:
- el asombro de constatar cómo “todo lo sólido se desvanece en el aire”, cuando los individuos dejan de ser objetos a merced de la clase política, para convertirse en sujetos autónomos, dispuestos a luchar por cambiarla sociedad;
- el temor que inspira la brutal violencia del vandalismo en sus diversas manifestaciones;
- la angustia que nos inunda al presenciar, impotentes, la obscena e intolerable impunidad con que los carabineros y militares agreden alevosamente a manifestantes y civiles transeúntes, mientras dejan, cobardemente, hacer a los saqueadores;
- el desasosiego que suscita en nuestro fuero interno, la reaparición a la luz del día, de las venenosas flores del odio, de la pusilanimidad, de la mentira, de la complicidad vergonzante, del desprecio de los demás, del desdén por la cultura y el patrimonio que la encarna, flores mortuorias que germinaron bajo la dictadura cívico-militar, y que rebrotan amenazantes cada vez que los gobernantes dan la espalda a las demandas de la sociedad, facilitando con su prescindencia los desbordes del lumpen y otras creaturas de la cultura neoliberal.
Pero también, nos asombra y enorgullece la altiva dignidad, la feliz valentía con la que mujeres, niñas, muchachos, adultos, ancianas y ancianos salen a la calle y en jubilosas marchas, oponen consignas y cantos a la ferocidad de los uniformados.
¿QUÉ REVELA ESTA CRISIS?
Lo que estamos viviendo hoy día, no es un acontecimiento repentino generado así, de pronto, a partir de no se sabe bien qué circunstancias. Tampoco se trata del fruto maduro o podrido, de una, o varias, conspiraciones urdidas por el siniestro “enemigo” que, además de otras tropelías, perturba las celebraciones familiares de Piñera.
El episodio que estamos viviendo hoy en Chile es un capítulo, el más crucial probablemente, de la crisis terminal de la sórdida y lamentable saga neoliberal que comenzara bajo la dictadura cívico-militar.
Los graves incidentes acaecidos a partir del 18 de octubre, fueron la chispa que puso fuego a la pradera, centella que ha operado como un fogonazo que arroja luz sobre la ciudad y sus habitantes, con destellos que, al revés de lo que ocurre habitualmente, no encandilaron los ojos de los ciudadanos, sino que han disipado la niebla que impedía ver lo que pasa realmente en el país y, así, comenzar a comprender lo que nos pasa a cada uno de nosotros. En la calle, se encontraron, se reconocieron y marcharon juntos, millones de chilenos, unidos por una idea expresada, clara y fuertemente: ¡¡“basta ya, no más abusos”!!
Por esas “astucias de la historia”, el abuso, en sus diversas formas, que fuera factor de desmoralización y de desmovilización hasta antes del 18 de octubre, se ha transformado en el denominador común que une y potencia voluntades que muestran a quienes mandan en este país que el tiempo de la “servidumbre voluntaria” va quedando atrás.
¡¡”No más abusos”!! fue coreado por millones de voces, desde Arica a Magallanes.
En estas manifestaciones callejeras, los chilenos identificaron, inequívocamente, a quienes se benefician con el abuso, de qué modo lo hacen y desde cuándo profitan de sus inconmensurables privilegios.
Fueron pocos, si los hubo, los manifestantes que protestaron por el alza de 30 pesos en el Metro de Santiago, pero hubo, en cambio, millones que se alzaron contra los “30 años de abusos” del modelo neoliberal.
De lo que está hastiada la gran mayoría del pueblo chileno es de la corrupción, de la tiranía del mercado y de ser gobernada por una casta de privilegiados ineptos e irresponsables. Hastío cuyo preludio fue la frustración de los anhelos y esperanzas forjados durante la dictadura, de retornar a la democracia, de recuperar la dignidad perdida y reencontrarse con la justicia y la decencia republicana.
La actual crisis disipa también la amnesia, que casi sepultó en los sótanos de la memoria el que la democracia que nos trajo la Concertación, nos llegó “tutelada” y severamente infectada por patógenos gérmenes que, sin tardar, hicieron de ella una impúdica econocracia, que en menos de una década degeneró en una nauseabunda cleptocracia.
LA CRECIENTE, INTOLERABLE E INOCULTABLE DESIGUALDAD
El dogma del “crecimiento económico”, al que adhirieron con tenaz soberbia moros y cristianos, no tardó mucho tiempo en mostrar su verdadera naturaleza. A pesar de los esfuerzos desplegados por la oligarquía desde todas las instituciones –públicas y privadas- que ella controla, no logró convencer a los chilenos de que, gracias a la ”economía social de mercado”, saldríamos, inevitablemente, del “mundo subdesarrollado” para ingresar al selecto grupo de los países desarrollados.
En estricto rigor, en nuestro país ha habido un indiscutible crecimiento expresado en un aumento de algunas variables económicas, especialmente del Producto Interno Bruto (PIB), cuyo ritmo puede dar una idea de la expansión de nuestra economía. Pero no de su calidad y sus consecuencias para el bienestar, que sí son objeto de atención, en cambio, para quienes se preocupan del verdadero desarrollo con calidad de vida.
Y ¿quiénes son aquellos que se preocupan por la calidad de vida de chilenas y chilenos? Forzoso es constatar que no se les encuentra en las filas de la clase política, ni entre los ignaros expertos dirigentes de las AFP, de las ISAPRE, de las instituciones financieras, de los responsables del lucrativo negocio de la educación, de la salud, de la” industria cultural” y otras agencias productoras de cretinismo al por mayor. En efecto, quienes tienen en sus manos las riendas del poder político y económico de nuestro país, no comulgan con los laicos preceptos democráticos de la solidaridad, la fraternidad, la igualdad de derechos y la justicia social; su credo es otro y está sintetizado en la antigua sentencia del Evangelio: “Porque al que tiene, se le dará más y abundará; y al que no tiene aún aquello que tiene le será quitado.” (Mateo 13,12)
Es a esa desigualdad denigrante que nos va deshumanizando, que el pueblo chileno opone lo mejor de sus energías a lo largo de las calles de todas las ciudades del país.
LA JUSTICIA, EN LA MEDIDA DE LO POSIBLE
Esta sibilina sentencia, marcó la impronta de lo que fue la actitud de los gobiernos de la Concertación respecto de las faltas, delitos y crímenes contra la Humanidad cometidos por la dictadura cívico-militar.
Los innumerables casos de delitos (de toda índole) que han gozado de la más irrestricta impunidad, durante estos treinta años, nos indican que más allá y por encima de las particularidades de los distintos momentos políticos vividos desde el fin de la dictadura, esa perla de la retórica concertacionista, no tan sólo perdura como una cicatriz más en el lacerado corazón de centenares y centenares de miles de chilenos, sino que sigue vigente como principio oculto, subyacente al trabajo de jueces y magistrados, consagrando de facto, una especie de denegación de justicia en nuestro país.
La complacencia de los tribunales hacia los delincuentes de “cuello y corbata” no tiene común medida con el intransigente rigor de la ley, cuando es aplicada a Mapuches y otros ciudadanos de a pie. La inequidad y todas las formas de maltrato de que son objeto amplios sectores de la población, no podía sino, hacer cada día más intolerable el agravio, inaceptable el atropello y condenables el cinismo y la hipocresía de la élite gobernante.
LO QUE ESTA CRISIS APORTA A NUESTRO PUEBLO
Para Piñera y el decreciente número de quienes aún le siguen, esta crisis ha aportado desorden, caos y todo cuanto puede ser útil para instalar el mal, allí donde reinaba el bien. Para los demás, es decir, para una gran mayoría del pueblo, esta crisis ha venido a decirnos que no podemos seguir padeciendo pasivamente los abusos, los delitos contra el bien común, la impunidad de los poderosos y la soberbia de los “expertos”.
Ya no es posible continuar bajo este régimen social, económico y político fundado en la más pobre y bárbara concepción de la vida en sociedad, de la historia de la humanidad y del mundo en que vivimos. Concepción para la que todo se rige por la relación costo/beneficio, es decir, la más miserable y deshumanizada relación económica.
Pero eso no es todo, esta crisis nos ha permitido reencontrarnos, redescubrirnos y superar la desconfianza que se había instalado en nuestro país como consecuencia directa de la difusión de los valores del mercado: la competencia, el espíritu de emprendimiento propio de los “ganadores”, la sobreestimación de las individualidades exitosas y, la consiguiente descalificación de lo colectivo, de la solidaridad, de la no discriminación y del gesto gratuito.
La crisis ha revivido en nosotros el interés por los demás, la necesidad de ayudarnos, de cuidar lo que pertenece a todos, de cuidarnos mutuamente. Estos días de gran conmoción, nos han ayudado a reconsiderar la situación personal de cada uno de nosotros, y lo que puede y debe acontecer para todos nuestros congéneres, y para todo nuestro país.
La valentía y la dignidad que hemos visto y sentido en nuestras calles, en la denuncia de un régimen corrupto, expoliador y discriminador de los más vulnerables, nutre la confianza en una salida feliz de esta crisis. No digo esperanza en una salida satisfactoria para la mayoría del país, digo confianza, porque nuestra historia muestra que fuimos capaces de poner en pie instituciones que hicieron de la sociedad chilena un verdadero ejemplo de civilidad, de justicia y de cultura. La educación pública, laica y gratuita, la salud pública ofrecida por el Estado como un bien inalienable a todos los ciudadanos, la tutela estatal de numerosas actividades estratégicas de la economía nacional. Fuimos capaces de hacer todo aquello y lo debemos considerar como fuente inspiradora para la reconstrucción de nuestra sociedad. No es la nostalgia por ese pasado, sino la gratitud y el orgullo de haber vivido, no hace mucho tiempo, en una sociedad regida por principios más generosos que la neurótica compulsión del consumo y del “éxito individual”; más enriquecedores que la ramplonería de los matinales de la tele, más humanos y decentes que el irrelevante simulacro de vida política que protagonizan instituciones secuestradas como botín de guerra por bien pagados cultores de la ineficiencia y de la mediocridad.
Hemos de apelar a lo mejor de nuestra historia, y a lo mejor de todo lo que los demócratas han podido hacer en otras latitudes.
Los chilenos tenemos una deuda enorme por la inmensa solidaridad que nos brindara el mundo entero durante la oprobiosa dictadura cívico-militar; tenemos ante nosotros, la maravillosa ocasión de devolver la mano a tantas y tantos que nos acompañaron en la resistencia a la barbarie castrense. Hoy, somos nosotros quienes damos al mundo la oportunidad de constatar que el neoliberalismo es un gigante con los pies de barro, que es un sistema incapaz de sostenerse cuando se cuestiona su paradigma central, es decir, cuando los ciudadanos llegan a la conclusión que el mercado y la economía no son suficientes para llenar la vida de una sociedad, ni para ofrecer una perspectiva decente de vida a los individuos.
Chile ofrece hoy al mundo, la prueba de que no todo es negocio, que existe una infinidad de cosas estimables en la vida, que no son reductibles al cálculo monetario.
Millones de personas han mostrado en las calles de Chile que el sistema neoliberal y su economía social de mercado, no puede sino conducir a situaciones de desigualdad e injusticia flagrantes, como las vividas durante estos treinta años. Se trata de un fracaso tanto más inapelable que en nuestro país, el neoliberalismo contó con las condiciones óptimas para su implantación, a través de la “terapia de shock” y de su posterior desarrollo bajo los gobiernos de la Concertación.
Queda aún mucho, casi todo por hacer; deberemos dotarnos de una nueva Constitución; deberemos desintoxicarnos de la mercadolatría que ha calado muy hondo en nuestros espíritus; deberemos rehabituarnos a discutir de política y a considerar a nuestros prójimos como interlocutores válidos, deberemos rehacer la experiencia de compartir ideales y confiar en nuestras capacidades para cambiar y enriquecer la vida cotidiana haciendo más habitable y querible nuestro país.
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